Fabricio el Geómetra.
Anochece. Hace frío en el cuarto desordenado de Fabricio. El día ha transcurrido despacio, con el viejo reloj de pared marcando horas desiguales. Hay un sofá que hace las veces de cama, una mesa que es escritorio y, a ciertas horas, se emplea para comer sobre ella. En la esquina mas alejada de la entrada esta la puerta que da acceso al cuarto de baño y –al lado- unos pocos de muebles con un fregadero para cocinar. No hay lámpara en el techo y la única luz es la que proviene de una pantalla de pie junto a la mesa. Por el día la ventana, con visillos descoloridos, da un poco de vida a la estancia. En una estantería de la pared se apoya un televisor que en sus tiempos fue bueno. Tampoco se usa mucho, las noticias de la noche y algunos partidos de fútbol. No le presta mucha atención porque siempre fue un enamorado de la radio, desde las tardes de domingo cuando era estudiante y no había dinero para salir. El círculo de la vida se cierra para Fabricio: sin dinero al principio y sin dinero al final. Por el medio algún que otro rato bueno, de los de abundancia. De comprar sin mirar lo que costaba.
Fabricio no siempre vivió así. Hubo tiempos mejores no hace muchos años. Aún vivía Lorenza -el tiempo corría a otro ritmo- y la casa donde habían pasado juntos la mayor parte de sus vidas olía a hogar y no tenía este silencio de cementerio.
Hay una atmósfera de soledad, de silencio vacío. Hasta hace unos mese Pipo venía a pasar algunas tardes. Con aquellas largas discusiones sobre ateísmo y agnosticismo. Un día se murió comido por el alcohol y la mala –o buena, según se mire- vida de la juventud de parrandeo.
Hoy todo es pasado y algunas cosas ni recuerda siquiera porque la memoria falla más de lo deseado. Ya se sabe… lo que no se recuerda como si no se hubiera vivido. Los días se apilan como ladrillos en una pared, hoy igual que ayer y mañana no será diferente.
También tuvo una época en que araba la tierra, uno no escoge los trabajos, ellos te escogen a ti. Y se pasaba los días atrás y adelante con el tractor revolviendo los surcos. Mientras las gaviotas le seguían alborotadas en busca de los gusanos y lombrices que quedan al descubierto.
Fabricio que es un nombre que suena a trabajo, a producción se lo pusieron por deseo de su padre, que aunque no pudo estar en el bautizo –inconvenientes de ser emigrante- siempre quiso que ese fuera su nombre. Tan esperado después de que los dos primeros hijos salieran mujeres.
Carlota, como la hermana se su padre y Araceli, como su madre y la madre de su madre.
En el vaivén de su memoria, se suceden los recuerdos. Ahora que no esta Pipo para entretenerlo, dispone de mas tiempo para sus pensamientos. Lúcidamente recuerda a Lorenza, su Loren. Recuerda como se quedo seca, según la comadrona. Para él, estío de la fecundidad. En realidad un aborto mal llevado. Sus ilusiones se fueron río abajo, en forma de óvalo, rodeado de sangre cuajada. Él, si habría llegado a tiempo al bautizo. Se habría llamado Samuel, como ninguno en la familia. Pero Lorenza -su Loren- no acertó con los ungüentos. La humedad se la llevo, como si así lavase su culpa.
Lorenza-su Loren- siempre le llamaba Fabri. Eso le molestaba, aunque nunca se lo dijo. Solo en el lecho de muerte le espeto que tenia miedo a quedarse solo. Que no se fuera. Pero ella, no entendió su soledad. Siempre hizo lo que quiso. Cabezonería de mujer hasta en la muerte. No quiso quedarse.
Huele a lluvia. Afuera, el ligero tintineo de las gotas del desagüe, le ponen inquieto. Vuelve la angustia. Las gotas de agua, acarician el cristal partido por la mitad, de la ventana. Saltan de una parte a la otra deslizándose por la hendidura como si poseyeran vida propia. Los recuerdos, una vez más, asaltan su mente en continuo viajar. Desde el altozano de su casa, podía divisar el mas allá. Tras las montañas. Él, adoraba la montaña. Sentía ganas de traspasar esa frontera natural, como lo hizo su padre.El pueblo se le había quedado pequeño. Lorenza-su Loren- nunca quiso abandonar el lugar.
Cuando trabajaba, de regreso al hogar, lo hacía por las vías del tren. El trayecto se le hacia mas corto. Iba contando las traviesas. Cuando llegaba a las tres mil ya divisaba la casa, el hogar. A veces, en los días más profundos, se paraba entre las vías. Miraba el paralelo sin fin de los raíles y se preguntaba a donde llevarían esos hierros. En temporadas había hecho trabajos de mantenimiento para el ferrocarril. En ocasiones, repetía para sus adentros que la encorvada espalda no era porque el paso de los años hubiese hecho mella en él; se debía sin duda, a las temporadas de apretatornillos en las vías. Aún hoy, algún callo le roza cuando aprieta las manos intentando enderezar esos dedos curvos de la artrosis. Aunque bien mirado da las gracias a esa época de eventual en los ferrocarriles. Gracias a ese trabajo, aprendió a calcular las extensiones de terreno como nadie. Así se hizo Geómetra.
Su capacidad innata para los números, hizo fácil lo que para otros era imposible. Leyendo a Tales de Mileto, otro Geómetra avanzado a su tiempo, descubrió que se podían casar los números y darles un sentido. Vivirlos. Ello le valió para pasar las pruebas y obtener el título en el colegio de su pueblo. Un Funcionario del Estado, hizo sosegar sus nervios e iniciarlo en el camino laboral. Tras duros meses de estudio y trabajo, de trabajo y estudio, se tituló. El día que le entregaron el papel sepia con su nombre, miro a Lorenza-su Loren- volvió la vista a las montañas y supo que esa barrera no la saltaría. Su Loren le había repetido una y mil veces que en la comarca había mucho espacio para medir y hacer números. Por eso se especializó como Agrimensor. Acabo midiendo y topografiando todas las tierras del lugar y sus alrededores.
Por los aledaños, aparecen sus marcas. De colores. En todas ellas, una pequeña placa de aluminio, anunciaba: Fabricio, Geómetra. Era su firma. Todas las placas tenían en común, el nombre y la orientación hacia las montañas. Aquellas que siempre quiso traspasar y no fue capaz. La excusa perfecta era Lorenza-su Loren- . y ahora que no estaba, ¿por qué no viajaba a través de los valles?
Su torpeza para la escritura, impidió poner el epitafio deseable. Para él, era mas bonito en números; 8-8-88 a los 72 años que números tan simples para un calculador aventajado ¡.No había nombre en la losa funeraria. Ni un recuerdo de los familiares que no tenía. De los hijos que no llegaron. Solo una pequeña placa de aluminio, orientada hacia las montañas, que al brillo del sol se podía leer: Fabricio, geómetra, por toda frase lapidaria.
Intento arrascarse el cuello y notó un millón de arrugas que lo devolvieron a la realidad. Al pasar la palma de la mano desde la frente hacia atrás, recordó lo añejo de su calvicie. Hundió, derrotado la cabeza entre sus manos y se dio cuenta que lo que él creía perdido de masa muscular en brazos y piernas, no era otra cosa que la visita de la vejez. Notó de repente que todos aquellos recuerdos de antaño, significaba la pronta visita, hogaño del arcángel de la Muerte. ¡Él, que era agnóstico, pensando en Arcángeles¡.
Se sentó en el sofá que le hacia las veces de cama. Allí, con las piernas en cuclillas, tumbado del costado izquierdo, miró hacia la ventana. Adivinó las montañas. Sus montañas. En su imaginación, escucho el otrora estridente pitido de la locomotora del ferrcarril. Y empezó a medir. Midió el tiempo que hacia que Pipo no venia a visitarle. El tiempo que hacia que Lorena-su Loren- no le abrochaba la camisa. Midió la distancia que lo separaba de la puerta, esperando por si alguien abría y venia a buscarlo. Le falló el cálculo por una vez. El cristal partido en dos se hizo añicos en descolgarse de la ventana. Dando paso a una leve brisa liberadora, que llenó de paz la pequeña estancia.
El viejo reloj de la pared, igualo las horas. Mientras, la radio no paraba de anunciar artículos de temporada y sus canciones. De las ancianas y aún menesterosas manos, se descolgó una pequeña placa de aluminio, donde podía leerse: Fabricio, Geómetra.,